27/07/2024

Verano, muerte en el estío
V

Algo que contiene en su nombre una dualidad; por un lado, la época estival son días de celebración, fiesta y diversión, desconexión, reencuentro con familia y amigos, época de viajes, […]

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Algo que contiene en su nombre una dualidad; por un lado, la época estival son días de celebración, fiesta y diversión, desconexión, reencuentro con familia y amigos, época de viajes, largos o pequeños, época de cambios del modo habitual, época de aparcar el trabajo, pensar, reflexionar y, en el mejor de los casos, no hacer nada.

Esto es lo que ocurre a los que salen de este infierno climático en el que se ha convertido Sevilla y aledaños, un infierno inmisericorde donde buscamos las escasas sombras y las nulas fuentes en pos de una bajada del mercurio, un espacio donde aliviar esa sensación térmica que apabulla mientras la canícula hace de las suyas.

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Pero existe otra Sevilla que no vacaciona fuera, que sin solución alguna se limita a estar hasta las diez de la noche presa de un aire acondicionado en el mejor de los casos; en el peor, preso de un ventilador del chino que con sus aspas arremolina hilos de aire que hacen retroceder la sensación de calor un instante, lo que tarda en completar el giro.

A esa Sevilla mártir solo le queda mirar la oferta cultural para cuando se apague el último rayo de luz, cuando por el Aljarafe lleguen las sombras y el oeste ponga fin al día. La oferta es poca y de calidad difusa, mal planteada en cuanto horarios. Parece que en Sevilla lo único que se pude hacer es huir a las playas, porque ya ni la sierra como Aracena nos sirve, porque está carente de agua a golpe de restricciones y pantanos secos.

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Impávido, deambula el turista con esa botella de agua de salvación como complemento necesario, extrañas indumentarias, pantalones cortos, camisetas y muchas ganas de ver una ciudad donde nadie le dijo los usos y costumbres anticalóricos, y en la cual nuestra vida se circunscribía a horas matinales tempranas y a la noche antes…. La muerte bajo el sol.

Habremos de hacer manuales de cómo sobrevivir a este ya continuo cambio climático que llegó para quedarse y con el que tenemos que aprender a vivir. El Gobierno nos dice que en caso de apretón térmico los centros comerciales son nuestros mejores amigos; quién no recuerda la sensación de entrar en El Corte Ingles del Duque sentir la bendición del chorro de aire frío, o esa cerveza en el Gurmé.

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Sevilla en verano me gusta verla desde su costa, su mar que es Sanlúcar de Barrameda, esa tierra que en 1833, por escasos años, tuvo España y que siempre nos acoge a los sevillanos y nos brinda sus exquisiteces al amparo de la brisa marina.

Allí con el olor a manzanilla en sus bodegas y su aroma a dulces recién hechos mientras se hace el reto de unas papas aliñás, es nuestra extensión natural, la más cercana y próxima, un lugar para pensar y cobijarse y que encima cuenta con la maravilla de las carreras en la playa.

Hasta la misa en sus conventos como los Capuchinos o Regina Coeli es más santa, más íntima, más interior; todo en ella me sobrecoge y me invita año tras año a dejar esta Sevilla nuestra a la que prefiero anhelar desde la distancia leyendo un ABC, que en verano no le sobran ni las esquelas.

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