El turismo español consolidará su crecimiento en 2024 cerrando el año con la generación de 202.651 millones de euros de actividad, un 8,6% más que el año anterior, lo que eleva su contribución a la economía nacional al 13,3%, el máximo de la serie histórica.
A estas alturas nadie va a negar, y menos en nuestro país el potencial económico que posee en turismo, y lo que va a representar a medio largo plazo, máxime cuando el sistema productivo en España es el mismo que hace 40 años.
No obstante, los países que tiene como principal motor económico en el turismo podrían ser los más afortunados, aunque no debemos poner todos los huevos en el mismo cesto, y no sólo por una cuestión de oportunidad, sino de estrategia.
Y es que eso del hiperturismo o la turismofobia va en aumento. Sobre todo, a partir de la pandemia de COVID 19, la mentalidad ha cambiado en nuestra Sociedad, incluso en aquellas sociedades más desarrolladas tecnológicamente.
El ser humano, consciente de su fragilidad, siente la necesidad de aprovechar aún más el tiempo dedicándolo a nosotros mismos, a nuestra felicidad y bienestar, y en ello, no podemos obviar que viajar y/o conocer otras culturas o formas de vida supone una de las actividades que nos produce mayores cotas de placer.
Como todo en la vida, este afán por recorrer el mundo está generando numerosos inconvenientes dada la enorme concentración de turistas, sobre todo en aquellas ciudades con más tirón de visitantes.
En este contexto, la turismofobia o el rechazo radical al turismo va creciendo en progresión geométrica, a medida que va en aumentos los sectores de la actividad turística que carecen de regulación legal y medioambiental.
Nuestro compromiso debe estar ligado al disfrute de los recursos naturales de las generaciones futuras, a poder ser, en idénticas condiciones a las que nosotros los hemos podido desfrutar.
Un buen ejemplo de ello son los llamados pisos turísticos, un fenómeno cuasi universal que está produciendo, incluso, la deslocalización urbanística de las cuidades, condenando los centros neurálgicos desde el punto de vista de la historia, a lugares en los que campan a sus anchas el ruido de las maletas de noche y día, algo así como si a una botella de vino de medio siglo se le limpie el polvo, la solera…un auténtico crimen.
Así el centro de las ciudades sigue siendo lugares óptimos para quien se dedica a la especulación inmobiliaria, pero esta vez, los destinatarios de dicha especulación no son ciudadanos de alto poder adquisitivo, sino cadenas hoteleras o propietarios de alojamientos turísticos, que desplazan a los ciudadanos al extrarradio de esas urbes.
Esta situación genera numerosos efectos negativos sobre la población autóctona de las ciudades, pues al final, todo el tráfico de bienes y servicios se enfocan al turismo que en masa ingente toman nuestras urbes, adaptando sus ofertas y/o precios al mismo.
España en general, y Andalucía en particular, como país y región que recibe un mayor porcentaje de turismo en el mundo deben estar en cabeza de las posibles soluciones a todo ese aspecto negativo que genera los imprescindibles ingresos turísticos.
Hace más de una década que numerosos expertos vienen estudiando diferentes formas de turismo sostenible con el medioambiente e incorporando los numerosos avances tecnológicos a la explotación turística. Hoy día, la actividad turística debe estar marcada por el compromiso por la sostenibilidad y el medioambiente.
Sin embargo, son realmente pocas las ciudades españolas que han conseguido alcanzar el sello Biosphere World Class Destination, que sigue un criterio basado en las líneas marcadas por los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas y por la Organización Mundial del Turismo.
Esta situación debe poner en alerta nuestros poderes públicos. España corre el riesgo que quedar atrás en la carrera del turismo sostenible como única forma de explotación a largo plazo, y, por tanto, podemos quedar fuera de nuestra principal fuente de riqueza.
Ineludiblemente, el futuro del sector turístico pasa por un compromiso serio con la historia y cultura, pero también con el medioambiente, ofreciendo una oferta basada en la calidad y la innovación como principales características.
Además, las plusvalías que genera el sector turístico verdaderamente son una oportunidad no sólo para implementar definitivamente desde el marco regulador esa oferta sostenible, sino para abundar más aún en la diversificación de la economía.
Iniciativas como Save Posidonia Project, en la Isla de Formentera que lucha por preservar esta importante especie vegetal marina; formentera.eco, un mecanismo que regula el tráfico rodado en la isla; o el impulso a las Rutas Verdes por su territorio, son una muestra del esfuerzo en materia de sostenibilidad que se está llevando a cabo.
Lo mismo podríamos decir de la peatonalización integral del casco histórico de Pontevedra, con planes de gestión de los residuos a partir de los últimos avances tecnológicos, o las rutas de senderismo o cicloturismo en la comarca de El Berguedà en Cataluña, junto con la combinación de energías limpias como la Central Hidroeléctrica de Gorona del Viento en la Isla de El Hierro, suponen algunos de los ejemplos más potentes de turismo sostenible en nuestro país, pero aún escaso para el volumen de actividad turística que generamos afortunadamente, pero nunca debemos olvidar que los recursos son limitados y no existe camino alternativo que ligar el concepto de sostenibilidad al de turismo, como una realidad indisoluble si no queremos matar la gallina de los huevos de oro.