29/03/2024

La crisis de los microchips. Una tormenta perfecta
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Desde hace unos meses venimos escuchando noticias relacionadas con problemas de desabastecimiento en el mercado de los microchips. En un primer momento se dio por hecho que estas dificultades tenían que ver con el aumento de la demanda de productos electrónicos derivada de la aceleración digital que vino de la mano de la COVID 19 y que, en poco tiempo, todo volvería a la normalidad.

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Sin embargo, se empiezan a escuchar voces que alargan la crisis de la microelectrónica hasta el 2023 por lo que es fácil suponer que ya no se trata de un tema coyuntural, como nos querían hacer creer, sino que conviviremos con esta realidad, al menos, los próximos dos años por lo que conviene poner foco en el asunto.

Hasta hoy tan solo hemos visto tímidamente las consecuencias de las primeras roturas de stock que, por el volumen e importancia del sector, se han dejado sentir en la automoción y en los cortes en las cadenas de producción de vehículos, pero esto es solo una muestra de lo que nos espera a corto y medio plazo.

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Todo apunta a que se nos viene una buena encima y que pronto estaremos metidos de lleno en el epicentro de una tormenta digital perfecta. Un primer análisis de la situación nos puede ayudar a identificar los factores que están desencadenando este fenómeno para, en la medida de lo posible, tomar las medidas oportunas que nos permitan minimizar el impacto de sus consecuencias que, sin lugar a dudas, todos vamos a sufrir.

A las roturas de stocks ya comentadas derivadas del crecimiento de la demanda y la falta de materia prima para producir microchips, hay que sumarle los serios problemas de logística que nos llegan desde China. El puerto de Ningbo-Zhousan, que domina el Mar de China Oriental a unos 200 km al sur de Shanghái, es el segundo puerto del país y lleva unos meses trabajando por debajo de su capacidad por falta de mano de obra.

Los barcos se acumulan en la bahía y los retrasos en la entrega de pedidos se están dejando notar al tiempo que el coste de los fletes se dispara. La situación comienza a ser tan crítica que hay quien vaticina unas navidades muy complicadas. Pero la transformación digital de la sociedad sigue su ritmo frenético y no parece que esto vaya a cambiar, más bien todo lo contrario. Se mantiene la inercia del impulso que supuso la COVID-19 y los nuevos hábitos digitales que descubrimos durante el confinamiento se consolidan en nuestro día a día: el teletrabajo, las videoconferencias, la formación online, el comercio electrónico…

Y por si fuera poco, nos encontramos con un aumento desmedido de la factura de la electricidad que nos tiene totalmente desconcertados y fuera de juego. Solo sabemos que hoy pagamos mucho más por consumir lo mismo de siempre y desconocemos si esta curva ascendente tiene fin. Y este es el escenario propicio en donde se está empezando a formar la tormenta perfecta.

Un mundo cada vez más digitalizado, donde la obsolescencia programada pone fecha de caducidad a lo que, en condiciones normales, podría seguir siendo útil; un mercado desabastecido con continuas subidas de precios, una logística seriamente comprometida, una factura eléctrica descontrolada…

Quizás sea bueno poner un ejemplo para entender la importancia y las consecuencias del problema al que nos enfrentamos. Supongamos que una empresa tiene que cambiar sus servidores porque necesita disponer de más capacidad para atender a sus clientes o ha sufrido una avería que los ha dejado dañados.

Los nuevos equipos no estarán disponibles hasta dentro de seis meses y encima costarán mucho más de lo que valían antes de empezar la pandemia, comprometiendo el plazo de amortización.

¿Cuál es la mejor solución? ¿Esperar hasta que el actual equipamiento deje de funcionar y arriesgarnos a bloquear nuestra actividad? ¿Comprar el nuevo aunque el precio sea desorbitado? ¿O buscar otra alternativa distinta a la que por defecto estamos valorando?

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Lo que sí parece claro es que esta tormenta digital, ya sea real o creada en los despachos de las grandes multinacionales, nos obliga a replantearnos la manera en la que, hasta hoy, nos hemos relacionado con la tecnología.

Puede que convenga empezar a entender la tecnología como un servicio por el que pagamos solo cuando lo necesitamos en lugar de adquirir nuevos equipos como hasta hoy solíamos hacer. Esta idea nos lleva directamente a mirar hacia el cloud y la virtualización.

En el mundo digital la vida es “ a s a S e r v i c e ”. Esto significa que cambiamos inversión por gasto; un gasto que además es variable en función de cómo crezca o decrezca nuestra actividad. Comprar un servidor o un ordenador comienza a ser cosa del pasado. Nos guste o no, la infraestructura de nuestra empresa acabará estando en la nube y solo pagaremos por el uso que hagamos de ella. A los usuarios les bastará un único dispositivo para desarrollar su tarea, su smartphone, y desde él accederán al escritorio virtual que le proporcionará la empresa donde tendrán sus datos y aplicaciones, y todo ello en la nube. Y ahora toca preguntarse cómo nos afectaría esta tormenta digital si aplicáramos esta estrategia que pasa por entender la tecnología como un servicio que se apoya en el cloud y la virtualización.

Pues necesariamente el impacto sería mucho menor porque, en la práctica, necesitaríamos adquirir menos dispositivos electrónicos, con lo que la demanda de chips caería; por otro lado, desplazaríamos el consumo eléctrico a la nube, que, por cierto, es mucho maś

eficiente que nuestras empresas y lo más importante, nos adaptaríamos mucho mejor a la demanda siendo flexibles en el crecimiento y evitando el apalancamiento. Contado así suena muy fácil y muy bonito, pero el proceso de adaptación de las compañías al cloud lleva su tiempo y cambios de esta envergadura requieren de unos plazos de ejecución razonables si se aspira a lograr que el proyecto sea exitoso.

Dicho esto tenemos dos opciones: quedarnos parados y esperar a que pase la tormenta perfecta que nos trae la crisis de los microchips, o ponernos en marcha, adelantarnos, y empezar a adaptar nuestro negocio al mundo digital que, con total seguridad, pasa por la nube.

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