“Sevilla es una mujer vestida de fuego que baila en el albero del tiempo”, escribió Antonio Gala, el afamado escritor cordobés nacido en Brazatorta. Y es que la capital andaluza, cuando el verano se instala con su sol implacable, se transforma en un escenario donde el calor no es solo un fenómeno meteorológico, sino parte esencial de su identidad.
Para muchos, el verano en Sevilla es extremo; para otros, es una experiencia única que invita a descubrir la ciudad y su provincia desde una óptica distinta: más pausada, más íntima, más viva.
En julio y agosto Sevilla se reinventa. La ciudad duerme durante las horas centrales del día y despierta con fuerza al caer la tarde. Los monumentos históricos, con siglos de historia a sus espaldas, reciben al visitante en las primeras horas de la mañana o bajo la magia de la iluminación nocturna. La Catedral de Sevilla, la mayor del mundo gótico, guarda entre sus muros la tumba de Cristóbal Colón y del Rey Santo, aquel que la conquistó allá por 1248 y que hizo que en su tumba su epitafio fuera en los tres idiomas de su reino: castellano, árabe y judío, ofrece una vista privilegiada desde la Giralda, antiguo alminar almohade reconvertido en campanario cristiano.
A pocos pasos, el Real Alcázar, conjunto palaciego de origen islámico, despliega un paraíso de jardines, estanques y arquitectura mudéjar. Recientemente albergó la cena de gala de la cumbre de la ONU, llenando de admiración sus estancias que un rey castellano, Pedro Primero el Justiciero, ordenara edificar con alarifes árabes y que servirían de inspiración para la construcción de la Alhambra de Granada siglo después.
Sus visitas nocturnas, con conciertos en directo son, sin duda, una de las joyas culturales del verano, pero simplemente divagar por jardines oyendo el graznido de pavos reales que llegaron de oriente y el sonido de los vencejos -que aquí llaman aviones- es la mejor sinfonía estival.
El Archivo General de Indias, el Museo de Bellas Artes o el moderno CaixaForum Sevilla completan la oferta para quienes desean refugiarse del calor entre arte y patrimonio. Mientras tanto, plazas sombreadas, como las del Barrio de Santa Cruz o Triana, invitan a la pausa, al tapeo y a la contemplación lenta.
Porque el verano en Sevilla se vive, sobre todo, a la caída del sol. Los ciclos como Noches en los Jardines del Alcázar, Nocturama en el CAAC o el Cine de Verano de la Diputación, junto con el exitoso Icónica que se desarrolla en la Plaza de España, obra cumbre del arquitecto Aníbal Gonzalez, llenan de cultura los espacios abiertos.
También hay conciertos íntimos, festivales emergentes y espectáculos de flamenco que, en esta época, cobran un valor casi mágico. Tablaos como la Casa de la Memoria , el Museo del Baile Flamenco o El Arenal permiten sentir la intensidad del cante jondo y el taconeo en vivo. El flamenco en Sevilla no es una función; es un latido colectivo que se escucha en patios, plazas y rincones.
El verano en Sevilla es una Velá, Joaquín y Ana son sus padres y Triana la madre solicita que los alberga; cucaña, almendras verdes, sardinas y cantes en la Cava de los Civiles bajo la sombra de la torres de la Parroquia de la Señá Santana.
La gastronomía es otro de los grandes encantos estivales. El tapeo andaluz se adapta al calor con platos fríos y ligeros. El salmorejo cordobés, el gazpacho, las ensaladillas de gambas o de pulpo, el pescado frito o las tapas de salpicón de marisco o de huevas protagonizan las cartas veraniegas.
Las terrazas junto al río, en el Paseo Colón, Triana o la zona de la Cartuja se convierten en auténticos oasis urbanos donde probar un fino bien frío o un vino blanco del Alajarafe o la Vega del Guadalquivir.
Pero quien quiera escapar del calor urbano encuentra en la provincia de Sevilla un repertorio de naturaleza, agua y tranquilidad que sorprende a los viajeros.
En la Sierra Norte, localidades como Cazalla de la Sierra, Constantina, Alanís o San Nicolás del Puerto ofrecen turismo rural con casas blancas, calles empedradas y sombra generosa. Las piscinas naturales del río Galindón, en plena sierra, son perfectas para el baño, mientras que el Cerro del Hierro, con sus formaciones kársticas y su historia minera, es ideal para rutas a pie o en bici.
En el oeste, el Corredor de la Plata (El Ronquillo, Castilblanco, El Garrobo o Gerena) combina turismo activo y gastronomía serrana: embalses para practicar kayak o paddle surf, senderos frescos entre encinas, y productos como el cerdo ibérico, la miel, los quesos artesanos y las carnes de caza.
Hacia el sur, municipios como Osuna y Estepa permiten combinar historia monumental y buena mesa. Osuna, con su Universidad, su Colegiata y sus calles señoriales, fue escenario de la serie ‘Juego de Tronos’. Estepa, por su parte, no solo es cuna del mantecado, sino también de excelentes aceites y dulces tradicionales, que pueden probarse incluso en verano en versiones más ligeras.
El viajero extranjero se sorprende. “Sabía que hacía calor, pero no que la vida aquí se adaptara con tanta elegancia”, comenta Anna, turista sueca. “Descubrimos los pueblos de la sierra y entendimos otra forma de vivir Andalucía, más silenciosa y profunda”.
Y así es Sevilla en verano: desafiante y generosa, antigua y moderna, luminosa y acogedora. Una ciudad y una tierra que no se recorren con prisa, sino con los cinco sentidos abiertos. Porque, como escribió Juan Ramón Jiménez: “Andalucía, en verano, es una sinfonía de oro, luz y silencio; una meditación caliente y azul”.
Para quien sabe mirarla sin temor, Sevilla en verano no quema… enamora.