Estas semanas previas a la Navidad suelen invitarnos a detenernos, a pensar en lo importante y a mirar hacia adelante con cierta esperanza. Son días en los que todo gira en torno a la familia, al cuidado, al tiempo compartido.
Y, sin embargo, para miles de autónomos y pequeños empresarios andaluces, estas fechas traen también la misma preocupación de siempre: sostener el negocio, llegar a todo, seguir cumpliendo y, además, cuidar a los suyos sin que el sistema les dé un respiro.
Porque, más allá del espíritu navideño, hay una realidad que no podemos seguir ignorando: en España, ser autónomo implica vivir en una desigualdad estructural frente a quien trabaja por cuenta ajena, una desigualdad que golpea especialmente cuando se trata de conciliar, de enfermar o simplemente de sobrevivir en un entorno cada vez más exigente.
Autónomos: siempre en desventaja
Es algo tan evidente que a veces ni sorprende, pero no por ello deja de ser injusto.
Mientras un trabajador asalariado recibe protección, derechos definidos y una estructura que amortigua los golpes, el autónomo camina permanentemente en la cuerda floja.
La cuota llega cada mes produzcas o no, los cambios regulatorios aparecen sin aviso y sin adaptación, las ayudas -cuando existen- son insuficientes, inaccesibles o llegan tarde. Y, aun así, el discurso general sigue repitiendo que emprender es valentía, que los autónomos son el motor económico, que son imprescindibles.
Pero los hechos demuestran otra cosa: en demasiadas ocasiones, el autónomo es tratado como una figura secundaria del sistema, como alguien que debe apañárselas solo. Esta brecha entre el reconocimiento simbólico y el trato real es una de las mayores injusticias que arrastramos.
La desprotección cansa, desgasta y apaga vocaciones. Quien emprende no pide privilegios. Pide equidad, trato justo, garantías mínimas y una estructura que no lo penalice constantemente. Pero lo que recibe, demasiadas veces, es incertidumbre, reglas cambiantes, obligaciones que se modifican cuando ya se ha hecho la inversión, nuevas exigencias que se anuncian sin plazos realistas ni acompañamiento y ninguna compensación cuando la situación personal obliga a reducir jornada o a parar.
Todo esto tiene un efecto acumulativo: desanima. Desanima a quien lleva años levantando la persiana, a quien intenta sacar adelante un pequeño negocio familiar y, sobre todo, desanima a quien podría emprender y ni siquiera lo intenta.
La juventud ya no ve el emprendimiento como una opción atractiva. Y aquí llegamos a un punto crítico: los más jóvenes.
Durante décadas, muchas familias han trabajado para construir empresas que hoy sostienen empleo, identidad local y riqueza. Pero ahora vemos cómo cada vez más jóvenes no toman como prioridad para sus proyectos de vida el emprendimiento, incluso aunque hayan crecido en un ambiente empresarial.
Y no es por falta de talento, ideas o ambición.
Es porque ven cómo se desvive quien emprende. Cómo sacrifica tiempo, ocio, estabilidad y conciliación, cómo se enfrenta solo a normas, impuestos, inspecciones, cuotas y exigencias que no entienden de descansos ni de festivos, cómo arriesga su patrimonio mientras otros tienen red de seguridad.
Si esas son las reglas del juego, ¿cómo vamos a pedirles que se ilusionen con emprender?
Es aquí donde se enciende una luz roja: si no motivamos a nuestra juventud, el relevo generacional del tejido empresarial andaluz está en peligro.
La empresa familiar: un hogar que también necesita cuidados
En Navidad hablamos mucho de familia. Y conviene recordar que la empresa familiar también es una familia: un espacio donde conviven generaciones, donde se trabajan valores, donde el esfuerzo pasa de padres a hijos y donde se aprende a base de compromiso.
Pero incluso estas empresas, que han sido históricamente un pilar estable en Andalucía, se enfrentan hoy a una tormenta perfecta por la escasez de falta de relevo joven y por un sistema que no acompaña los ciclos reales de la vida empresarial ni personal.
Estas compañías, que ya han sobrevivido a crisis económicas, pandemias y cambios de mercado, podrían no sobrevivir a algo tan simple y tan grave como la falta de motivación de la siguiente generación. No podemos permitir que esto ocurra.
Un futuro diferente es posible
Hablar de emprendimiento en Navidad puede parecer fuera de lugar, pero en realidad es totalmente coherente.
Estas fechas nos recuerdan quiénes somos, qué queremos proteger y qué futuro queremos construir. Y si queremos una Andalucía viva, innovadora, capaz de generar riqueza y oportunidades, necesitamos un sistema que no penalice a quien emprende, un marco estable que no cambie cada pocos meses, apoyo real, cercano y accesible y una narrativa que dignifique el emprendimiento, lo haga atractivo para la juventud y lo coloque donde merece estar.
El objetivo no es que todos emprendan. El objetivo es que quien quiera hacerlo no sienta que está saltando al vacío. Que emprender no sea un acto heroico, sino una opción natural, posible y valorada.
Un deseo para estas Navidades
Ojalá estas fiestas nos ayuden a recuperar algo esencial: la importancia de cuidar. Cuidar a las familias, cuidar a quienes sostienen negocios, cuidar el talento que se está formando y cuidar a quienes podrían liderar el futuro económico de Andalucía.
La Navidad nos recuerda que las cosas importantes hay que protegerlas.
Y pocas cosas son tan valiosas para Andalucía y su futuro como sus autónomos, sus pymes y sus nuevos emprendedores.






