16/04/2024

¿Quién decide cuándo cambio de móvil?
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De repente tu smartphone em­pieza a calentarse y se vuelve más lento hasta el punto que llega a desesperarte. Es en ese momento cuando te das cuenta que, una vez más, estás siendo víctima de la famosa obsoles­cencia programada. 

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Lo cierto es que la obsolescencia es inhe­rente a la propia tecnología y nada podemos hacer para que aquel dispositivo electrónico de última generación que compramos con tanta ilusión y esfuerzo, acabe en el rincón de los trastos inútiles. Basta con revolver un poco en los cajones para encontrar mil ejemplos. 

Los consumidores lo saben y asumen que los avances derivados de la innovación y de las mejoras tecnológicas obligan a cam­biar de equipo cada cierto tiempo, dando por hecho que este cambio es bueno para todas las partes. Los enormes televisores en blanco y negro que presidían el salón de nuestras casas dieron paso al color y más tarde a las finas pantallas digitales; los to­cadiscos de vinilo al CD y estos a los repro­ductores MP3; las cámaras fotos y de vídeo dejaron su lugar a los smartphones… y así una lista interminable de sustituciones. La obsolescencia que viene de la mano de la innovación siempre es bien recibida por el usuario final que de ninguna manera quiere quedarse atrás. 

¿Pero qué sucede cuándo en el cambio no se percibe mejora? Es ahí donde empie­zan los problemas pues nos sentimos im­ potentes sin comprender demasiado bien por qué tenemos que sustituir el móvil que compramos hace apenas tres años, y que solo usamos para llamar y enviar mensajes, por uno nuevo con el que, más o menos, haremos lo mismo. 

La obsolescencia programada en sí misma no es algo malo. Los fabricantes disponen de una hoja de ruta bien definida y tienen muy claro lo que van a hacer en los próximos años. Mala cosa sería que vivie­ran en una improvisación continua. Ahora bien, quizás lo que más duele no es el qué tienen previsto hacer, sino el cómo, porque hay muchas formas de hacer las cosas y no siempre se elige la que más favorece al usuario. 

Existen mil maneras de conseguir que un smartphone o un ordenador se quede obsoleto; sin lugar a dudas, la más sencilla es actualizar su sistema operativo. Un día cualquiera te levantas por la mañana, en­ciendes el móvil y aparece un mensaje que dice que hay una actualización disponible para tu teléfono y te pregunta si quieres instalarla, lógicamente dices que sí. ¿Quién quiere quedarse atrás? A los pocos meses el proceso se repite. 

Después de un par de años, como mucho tres, tu teléfono se vuelve más lento, ya casi no queda memoria libre porque la mayoría del espacio lo ocupa el sistema operativo y la batería, sospechosa­ mente, no te alcanza para terminar el día; todo ello sin contar que, de vez en cuando, se mete un buen ca­lentón. 

Y es que después de tres años, del teléfono que compraste solo queda la carcasa y poco más, porque el software es totalmente nuevo y es normal que las nuevas funcionalida­des instaladas necesiten un equipo más potente para rendir de manera óptima. Hay fabricantes que esto lo llevan a extremos y directamente descontinúan el sistema operativo. 

Uno de los casos más famosos fue el de Microsoft y su Windows XP que se hizo tristemente célebre porque al dejar de actualizarse se convirtió en un tremendo agujero de seguridad que los ciberdelin­ cuentes aprovecharon para colar el ransomware Wannacry en las em­presas y meterse hasta la cocina. 

Estos modos tan malvados de proceder por parte de los fabrican­ tes tienen unas consecuencias te­rribles y muchas veces no caemos en el daño que generan; no solo para los usuarios, que tienen que volver a rascarse el bolsillo una y otra vez; sino, sobre todo, para el medio ambiente. La obsolescencia programada supone un serio deterioro para el planeta que es incapaz de mantener este ritmo frenético de producción y desecho sin que parezca que esto le importe a nadie. 

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Y en medio de todo este caos conviene preguntarnos qué podemos hacer cada uno de nosotros y si existe un margen real de ac­tuación. Rendirnos sin más no puede ser una opción y tenemos que ser conscientes que en el cuidado de la Casa Común todo suma. 

Comparto algunas ideas que, quizás, puedan ser de utilidad. Lo primero que debe­mos hacer es intentar alargar, lo más que po­damos, la vida de nuestros equipos y evitar cambiar de dispositivo solo por darnos un capricho. Puede parecer una tontería, pero seguro que un porcentaje de ventas dismi­nuiría, especialmente por Navidad. 

También podemos darle una segunda vida a nuestros dispositivos. Igual ese or­denador que ya no cubre las necesidades de tu empresa sirve para otra persona que tenga menos exigencias, a veces incluso, dentro de la misma compañía. De esto saben mucho nuestras abuelas que eso de reciclar lo llevaban en su ADN. 

Y por último, conviene incorporar buenas prácticas en nuestro día a día como usuarios de tecnología y, por ejemplo, sa­carle el máximo partido al almacenamiento en la nube para aprovechar la memoria de nuestro teléfono; o no hacer todas las fotos con la máxima calidad para optimizar la ca­pacidad del dispositivo… 

El proceso de aceleración digital que estamos experimentando especialmente en los últimos años, favorece la obsolescen­cia, ya sea programada o no, y nos obliga a estar atentos para no caer tan fácilmente en las garras de los que deciden nuestro futuro tecnológico porque después de todo, ya se sabe: The Show Must Go On. 

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