En un mundo cada vez más acelerado, deshumanizado y profundamente individualista, la familia se erige como una estructura indispensable de socorro mutuo, ayuda, acogida, comunicación y fraternidad. Como comunicador con más de tres décadas de experiencia, he observado cómo las fiestas navideñas actúan como un bálsamo que fortalece estos lazos. La Navidad no solo reúne a generaciones alrededor de una mesa, sino que fomenta el espíritu familiar a través de rituales compartidos, recuerdos colectivos y expresiones de cariño que trascienden lo material.
En general, la Navidad promueve el espíritu familiar mediante tradiciones que invitan a la unión. Las cenas de Nochebuena, con platos como pavo, marisco y turrones, se convierten en espacios de diálogo y apoyo emocional. Los villancicos cantados en grupo y los intercambios de regalos refuerzan la comunicación, recordándonos que la familia es un refugio de ayuda mutua en tiempos de alegría o adversidad.
La palabra amor siempre estará ligada a la Navidad, el nacimiento de Jesús en Belén de Judea hace ya más de 2.000 años no solo fue una efeméride, un acontecimiento que los profetas ya habían anunciado al pueblo de Israel generación tas generación, fue un regalo de Dios que nos envió a su hijo.
En el seno de una humilde familia nace quien todo lo cambiaría, dando sentido a nuestra existencia, dando esperanza a una humanidad que ya caminaba errante ante el imperio el romano y el sátrapa judío Herodes.
En Andalucía, esta esencia se vive con pasión y arraigo cultural. Las zambombas de Jerez y Cádiz, los belenes vivientes de Arcos de la Frontera o Trigueros, los campanilleros cordobeses y los verdiales malagueños reúnen a familias enteras en torno a la música y la tradición.
Estas tradiciones beben en la noche de los tiempos y recogen lo mejor de la cultura judeo cristiana, aunando simbolismo atemporal con los tiempos que vivimos; ejemplo de ello tenemos desde los mercadillos navideños y la elaboración casera de mantecados y polvorones que invitan a cocinar juntos, como un acto sencillo pero poderoso de unión.
Sevilla, capital andaluza, encarna este espíritu con un brillo especial. Las luces de la Avenida de la Constitución, la pista de hielo y las atracciones de Navidad Mágica en Los Bermejales, los belenes del Ayuntamiento y de los barrios, la Misa del Gallo en la Catedral y, sobre todo, la gran Cabalgata de Reyes del 5 de enero y su antesala del Heraldo Real, esa figura mítica que recoge las cartas de los mas pequeños y anuncia la venida de sus majestades de Oriente que convierten la ciudad en un escenario perfecto para la convivencia familiar.
La Cabalgata de Reyes de Sevilla es un ejemplo de cómo la sociedad puede crear maravillosos instrumentos para hacer llegar a los más desfavorecidos y los niños en general un poco de ilusión paz y amor. Creada hace ya casi un siglo por el Ateneo,una institución para promover las artes y la ciencia, cada año se embarca en la hercúlea tarea de poner aproximadamente treinta carrozas y miles de figurantes que logran que un millón de personas inunden la ciudad, que la ilusión brille en los ojos de pequeños y mayores y que toda la familia se reúna en un punto de la ciudad año tras año para ver el discurrir de los Magos y coger los caramelos que servirán para endulzar el dia a dia de los sevillanos.
El Mercado de Belenes de la Plaza de San Francisco y de la avenida de la calle fray Ceferino González anima a montar el nacimiento en casa, tarea que suele implicar a varias generaciones en esa tarea de recrear la ciudad de Belén y su pesebre divino recogiendo la tradición que ya iniciara San Francisco en Italia.
La influencia Italiana en nuestra ciudad se deja ver en los numerosos belenes napolitanos que se cobijan en iglesias y conventos como Santo Ángel o Hospital de la Santa Caridad, estos belenes llegaron a Andalucía en los siglos XV y XVI coincidiendo con el dominio español en Italia y sobre todo en Sicilia y Nápoles.
La gastronomía sevillana y andaluza realza estos encuentros: jamón ibérico, gambas blancas de Huelva, langostinos de Sanlúcar, cordero o pavo asado, acompañados de dulces como pestiños fritos con miel, mantecados de Estepa, polvorones y roscos de vino. Preparar pestiños o montar una fuente de dulces en familia es, en sí mismo, un ritual que une.
Para alimentar este espíritu más allá de las fechas, recomiendo clásicos como Cuento de Navidad de Charles Dickens, que habla de redención y generosidad familiar, o la emotiva La caja de Navidad, de Richard Paul Evans. En cine, Qué bello es vivir (It’s a Wonderful Life), Solo en casa (Home Alone) y Elf son películas que, cada una a su manera, recuerdan el valor incalculable de la familia y el amor en Navidad.
En resumen, la Navidad en neustra tierra no es solo una celebración, sino un poderoso catalizador del espíritu familiar. En unos tiempos donde la familia sigue siendo el principal refugio de socorro y comunicación, estas tradiciones nos recuerdan su valor inquebrantable y tejen redes de cariño que perduran todo el año.
