A veces me preguntan por qué decidí quedarme en Chirivel, un pequeño rincón de la comarca de Los Vélez, cuando tantas personas jóvenes se marchaban buscando oportunidades fuera. Yo suelo responder lo mismo: porque aquí encontré una forma de vida con sentido. En un mundo cada vez más desconectado de la tierra, decidí echar raíces y apostar por un modelo empresarial que primase la sostenibilidad desde un punto de vista amplio e integrador. No ha sido fácil, pero después de veinticinco años desde luego que ha merecido la pena.
Hace tres décadas hablar de sostenibilidad, producción ecológica, cambio climático o responsabilidad social corporativa era prácticamente como hablar en otro idioma. En la actualidad, cada vez somos más consciente de los desafíos ambientales, sociales y económicos que se nos presentan. No cabe duda de que es responsabilidad de toda la sociedad movilizarse activamente frente a esos desafíos, pero son las empresas principalmente, las que juegan un papel fundamental en la construcción de un futuro sostenible. La integración de prácticas responsables no solo responde a una necesidad ética, sino que también se ha convertido en un imperativo estratégico para garantizar la competitividad en un mercado global.
Si nos centramos en el mundo Agro, Andalucía está liderando un modelo agroalimentario más justo, innovador y verde. Contamos con condiciones climáticas únicas, con un conocimiento ancestral del campo y con mujeres y hombres que aún creen en la economía real y que apuestan por mantener vivos nuestros pueblos.
Andalucía no es solo una tierra fértil en tradiciones, sino también en innovación agroecológica. Según los datos publicados el pasado abril en el último informe anual sobre producción ecológica de Ecovalia, somos la comunidad autónoma con mayor superficie dedicada a la producción ecológica de toda España, y una de las regiones más destacadas a nivel europeo. Más del 50 % del total nacional de tierras ecológicas están aquí, en nuestro suelo, gestionadas por miles de personas comprometidas con un modelo productivo que respeta el equilibrio natural y apuesta por el futuro.
Esta posición de liderazgo no es casualidad: responde a décadas de trabajo silencioso de pequeños productores, cooperativas y asociaciones que creímos en la producción ecológica mucho antes de que se pusiera de moda y cuyo resultado ha sido que la agroecología se haya consolidado no solo como una opción sostenible, sino también como un motor económico real, generando empleo estable, arraigo territorial y valor añadido.
A pesar del camino andado, y desde una visión más amplia, qué duda cabe que nuestra tierra se enfrenta actualmente a desafíos y oportunidades en su camino hacia la sostenibilidad. Aspectos como son la transición energética o una gestión eficiente del agua, así como su reparto justo, se han convertido en aspectos fundamentales para garantizar un futuro más sostenible y equitativo.
Este enfoque se alinea estrechamente con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) establecidos por las Naciones Unidas en su Agenda 2030. Los ODS representan un marco global para erradicar la pobreza, proteger el planeta y garantizar la prosperidad para todos. Las empresas, como actores clave en la economía, tienen la oportunidad y la responsabilidad de contribuir activamente a estos objetivos, integrando prácticas sostenibles en sus operaciones diarias.
Como es habitual, todo lo que viene impuesto por un marco normativo genera rechazo, aunque seamos conscientes de la urgencia en actuar con una visión global donde la sostenibilidad deje de ser una opción para convertirse en una obligación, pero no en una obligación legislativa sino en una obligación ética.
Ahora bien… ¿y si transformamos esa obligación en una oportunidad? ¿Y si somos conscientes que el mundo y los mercados cambian y que remar en contra no nos lleva a puerto?
Aquí es donde surge ese cambio de paradigma que debe imperar en la visión empresarial y que nos puede ofrecer oportunidades en situaciones aparentemente de amenaza.
Creo que el tejido empresarial tiene la oportunidad de demostrar, una vez más, que además de ser un sistema generador de empleo y riqueza, lo hace con una visión estratégica y a la vanguardia, alineada con las necesidades de este mundo globalizado que pide a gritos soluciones inmediatas.
Esta visión debe ir un paso más allá de la visión más simplista que es la meramente reactiva, donde nos limitamos a cumplir un marco normativo impuesto, a veces también con poco acierto o tan genérico que dificulta su adaptación a la amplia singularidad de nuestro sector empresarial.
Es aquí donde surge una nueva forma de concebir los negocios, transformar el marco legislativo en un marco inspirador para dar una respuesta proactiva. Es desde esta perspectiva cuando la apuesta por la sostenibilidad además redunda en una mejor gestión de los procesos, ahorro de costes, eficiencia energética, reducción del desperdicio, etc… haciendo de esta forma más eficientes y competitivas nuestras compañías.
Es un concepto mucho más amplio que la ya conocida responsabilidad social corporativa y de donde emanan nuevos criterios y nuevas herramientas, como la metodología ESG (Environmental, Social and Governance), que surge como una nueva forma para evaluar y mejorar el desempeño de las organizaciones en estos ámbitos. A través de criterios específicos, las empresas pueden medir su impacto ambiental, su responsabilidad social y la calidad de su gobierno corporativo, promoviendo una gestión más transparente y responsable.
La adopción de estos estándares no solo favorece a la reputación corporativa, sino que también atrae inversiones que valoran la sostenibilidad como un factor determinante en sus decisiones. Estas organizaciones no solo cumplen con las expectativas sociales y regulatorias, sino que también generan valor a largo plazo, fomentando un desarrollo económico que respeta los límites del planeta representando una oportunidad para transformar los desafíos globales en oportunidades de crecimiento y liderazgo responsable.
Las compañías y, en definitiva, los directivos que lideren e integren estos conceptos en su estrategia corporativa, harán que sus empresas estén mejor preparadas para afrontar una revolución conceptual cada vez más cercana, contribuyendo a un mundo más justo, sostenible y próspero para las generaciones venideras.