19/04/2024

Dos canarios héroes de la Marina Mercante argentina
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Horacio Guillermo VAZQUEZ RIVAROLA

La historia de las naciones hispanoamericanas está plagada de próceres españoles europeos, pero la presencia de canarios y puntualmente en la Marina Mercante, es toda una curiosidad, tanto más si dos de ellos, separados por varios siglos pero unidos por su compromiso extraordinario con la tierra que eligieron como propia, llegaron a ser considerados por la Argentina como héroes

Entre los varios millones de españoles que se radicaron en la actual Argentina en épocas hispanas, y los que posteriormente la eligieron como destino de emigración cuando ésta se había convertido en una de las naciones más desarrolladas del mundo, queremos destacar a dos canarios; dos marineros de la Marina Mercante que salvaron; dos personajes dignos de una de esas películas que nos tienen todo el rato con la boca abierta y los ojos fijos a la pantalla.

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Se trata de Manuel Díaz y Rafael Luzardo.

Del primero solo conocemos su nombre; oficio y origen. Aparece en la lista de rol del bergantín goleta “San Francisco Xavier”, primer buque de instrucción de la Escuela de Náutica recientemente creada en Buenos Aires a finales de 1799. Para el año siguiente, el “San Francisco Xavier”, junto con la goleta “Carolina” fueron adquiridos para cumplir funciones de guarda costas en prevención de los habituales ataques de piratas o aventureros británicos y portugueses a los puertos del Río de la Plata.

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A finales de agosto de 1800, con España y Portugal enzarzados en la conocida como “La Guerra de las Naranjas”, zarpó el “San Francisco Xavier” de Buenos Aires con rumbo Norte al mando del piloto mercante guipuzcoano Juan Bautista Egaña. Iba la nave armada de 10 cañones, con una recién estrenada “Patente de Corso” y vigilando las costas brasileras en busca de una “buena presa”. Más de un centenar de tripulantes de varias naciones y condiciones: desde “chinos manilos”, hasta criollos y desde cadetes de la Escuela de Náutica y soldados, hasta desertores y criminales que purgaban sus condenas abordo. Entre ellos, el marinero Manuel Díaz, figura como nativo de las Islas Canarias y cobrando “diez pesos” de salario. Valga aclarar que esa era precisamente la “soldada” de un militar y permitía una vida medianamente digna, teniendo presente que se trataba de una moneda cuya universalidad y estabilidad la convirtieron en la primera moneda de intercambio internacional de la Edad Moderna.

Al amanecer del Día de la Fiesta de Nuestra Señora del Pilar, 12 de octubre de 1801, el sol naciente iluminaba la costa brasilera de la Bahía de Todos los Santos. Egaña -protegido por el contra-luz- pudo ver con claridad a tres buques portugueses de la Carrera al Brasil, salir de la barra: el “paquete” -correo- armado de 16 piezas “San Juan Bautista”; el bergantín mercante “Pilar” y la zumaca costera “Santísimo Sacramento y Ánimas”. Al ver al bergantín-goleta porteño, los portugueses -aprovechando su superioridad- izaron “por largo” el pabellón de guerra portugués, declarando su intención y comenzaron la persecución del temerario buque español. Egaña simuló huir para medir a su adversario, logrando su comentido. En momentos en que estaban por ser alcanzado por el buque mayor, Egaña ordenó “virar en redondo”, sorprendiendo a su rival. Disparó varias andanadas de metralla desarbolando al buque portugués y, “largando los ganchos” se lanzaron al abordaje. Allí es donde el heroísmo del canario Manuel Díaz, marca la victoria:

En medio de la cruel batalla sobre la cubierta del “San Juan Bautista”, entre los sonidos de disparos de pistolas; entrechocar de aceros; gritos de furia y de dolor; la sangre ya inundaba la cubierta y comenzaba a escurrirse por los “imbornales” hacia el mar.

El marinero Díaz, se lanzó a la gran carrera -sable de abordaje en mano- hacia la popa, adonde se encontraba una guardia de 7 marineros armados defendiendo la bandera de Portugal. Combatió contra ellos desaforadamente. Recibió un “chuzaso” en su costado, pero logró reducir a sus oponentes y cortar de un sablazo la driza que mantenía izada la gran bandera que cayó sobre sus brazos.

Al ver caer su bandera -señal de rendición- los portugueses se entregaron.

Egaña entró en Montevideo justo un mes después, trayendo sus preciosas presas. Fue recibido en triunfo: las campanas de todas las iglesias tocaron “a rebato” y los cañones del fuerte de San Felipe, dispararon salvas en su honor.

El Real Consulado de Buenos Aires -armador del buque “San Francisco Xavier” le obsequió al capitán Egaña un sable con empuñadura de oro y con el escudo de armas consular grabado, y al marinero canario Manuel Díaz se le concedió un “escudo de distinción” -condecoración- de plata labrada con aquellas armas consulares. En diciembre de 2020, el Ministerio de Defensa argentino homenajeó a este primer buque de instrucción mercante de la Escuela Nacional de Náutica y a sus héroes, instalando en los jardines de esta academia marítima una réplica a tamaño natural del mástil del “San Francisco Xavier”. Diariamente, cuando los cadetes de náutica izan el pabellón argentino, resuenan los nombres del capitán Egaña y el marinero Díaz entre medio de los centenares de jóvenes que rinden honores frente a este magnífico mástil.

Dos siglos después del heroico gesto de su colega y paisano canario, otro marinero, Rafael Luzardo también entraría -igual de imprevista, silenciosa y modestamente- en el reducido listado de los Héroes de la Marina Mercante Argentina.

Rafael había nacido en el Puerto de la Luz (Las Palmas) el 11 de mayo de 1920. A sus 23 años, se casó con una jovencita también canaria, Pilar Betancor el 12 de diciembre de 1943.

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En un momento impreciso -ya que Rafael jamás quiso dar detalles- la desesperación de la situación de la posguerra española, lo empuja a lo que considera la única posibilidad a su alcance y se enrola en la División Azul que marcha hacia el frente ruso para combatir contra el Ejército Rojo soviético. Su juventud lo pone frente a dos males horrendos: el nazismo y el comunismo, conociendo los horrores producidos por los últimos, prefiere a los primeros.

Contándose entre los pocos veteranos de la IIª Guerra Mundial que regresaron del frente ruso, Rafael se decide a emigrar; irse lo mas lejos posible de los horrores de la guerra.

Entre 1945 y 1949 nacieron sus primeras dos hijas, bautizadas con los poéticos nombres de Luz Marina y Estrella del Pilar, que nos hablan de la sensibilidad de sus padres. El tercer vástago de la familia Luzardo Betancor ya nació en la tierra que eligieron para huir de los desastres de las guerras europeas: en 1962 vió la luz Omar Rafael, el primer porteño de la familia.

En efecto, el 4 de enero de 1949, a bordo del vapor español “Arraiz”, que desde 1925 formaba parte del plantel de la Compañía Naviera Vascongada, arriban a Buenos Aires los cuatro miembros de la familia.

Luego de cinco años de probar suerte en varios empleos, en 1955 Rafael se incorpora a la Marina Mercante Argentina en calidad de “Ayudante de Cocina”, en el Comando de Transportes Navales: suerte de empresa naviera mercante organizada dentro de la estructura de la Armada Argentina con el objeto de conectar los puertos patagónicos y realizar transporte de material estratégico.

La vida comenzaba a darle a Rafael y Pilar la oportunidad de progresar que le negaba el Viejo Continente. Allí precisamente el sufrimiento vuelve a golpear la puerta, cuando la tragedia de las guerras parecía desaparecer: Rafael queda viudo y sus hijos huérfanos tras el trágico fallecimiento de Pilar, su amada esposa y compañera de aventuras.

Pero la vida le tenía reservado otro sacrificio, esta vez por la Patria que había elegido como propia y como hogar para su familia.

Luego de varios años de servicios a bordo de los buques de Transportes Navales, el 2 de abril de 1982 el gobierno argentino (una junta de generales que habían tomado el poder el 24 de marzo de 1976) decide recuperar la soberanía sobre las Islas Malvinas, heredadas de la soberanía española cuando la Independencia y usurpadas por Gran Bretaña en 1833.

Esta decisión política y militar desesperada y temeraria, contó con la entusiasta aprobación de la vasta mayoría de los argentinos, e incluso de casi todo el arco político internacional. Aunque el resultado era previsible desde el primer instante: enfrentar a una de las mayores potencias mundiales era una misión casi imposible.

Uno de los buques que formaron parte de la recuperación casi incruenta del archipiélago malvinense (bautizada como “Operación Rosario”), fue el “Isla de los Estados”: allí estaba Rafael Luzardo, despachando en el estratégico empleo de cocinero (un tripulante puede llevarse bien o mal con cualquier otro -incluido el Capitán-. Cualquiera, menos el cocinero…).

Durante los meses de abril y mayo, el “Isla de los Estados” fue afectado a diversas tareas de abastecimiento y transporte entre las Islas Malvinas y el continente, así como distribución en los distintos puntos del archipiélago, de diversas cargas estratégicas traídas por buques mercantes mayores.

El 10 de mayo de 1982, el “Isla de los Estados” se encontró dentro del Estrecho de San Carlos (que separa las Islas Malvinas) con el carguero “Río Carcarañá” y lograron efectivizar una arriesgada maniobra de alije de cargas: coheteras; municiones y más de 300 toneladas de combustible de aviación destinado todo a los numerosos puestos militares distribuidos por las islas. El capitán del “Río Carcarañá” le sugirió a su homólogo del “Isla de los Estados” que no se arriesgase a navegar de noche y sin protección de buques militares por el estrecho, ya que el solo encendido del radar podría ser captado por buques británicos y significaría su fin. A pesar de las advertencias, el “Isla de los Estados” zarpó cerca de las 21:00hs.

El capitán de fragata Christopher Craig, al mando de la fragata británica “Alacrity”, recibió órdenes de surcar el Estrecho de San Carlos esa misma noche, con el objetivo de amedrentar a los puestos argentinos bombardeándolos y lanzando bengalas luminosas que con su brillo casi irreal, helaban la sangre.

A las 22:20hs de ese fatídico 10 de mayo, la “Alacrity”, detectó uno de los esporádicos y breves encendidos del radar del “Isla de los Estados” que navegaba en plena oscuridad con rumbo noroeste. Inmediatamente descargó una andanada de disparos con sus cañones de 4,5 pulgadas sobre la banda de estribor, junto a una serie de bengalas luminosas que, casi de inmediato resultaron innecesarias, pues los disparos impactaron sobre la carga de combustible de aviación lo que convirtió al “Isla de los Estados” en una gigantesca bola de fuego.

En medio del ardor del incendio voraz y las explosiones de la carga de cohetes, bombas y municiones, Rafael Luzardo logró -junto a un compañero y paisano español: el marinero gallego Alfonso López- soltar al agua una de las balsas salvavidas del buque, que -medio hundida- soportó el peso de Luzardo cuando saltó a su bordo.

Iluminados por el fuego y las detonaciones, mientras el buque comenzaba a hundirse en las gélidas aguas, los únicos dos tripulantes que lograron sobrevivir al naufragio, confirmaron que desde la balsa semihundida en la que se encontraba Rafael Luzardo, se escuchaba su voz grave cortar el viento frío austral, al grito de: ¡Viva la Patria! ¡Viva la Patria!… que fueron las últimas palabras que se escucharon de su boca antes de hundirse en aquellas oscuras profundidades.

Desde entonces, el marinero canario Rafael Luzardo es recordado y honrado por la Argentina, como uno de sus 16 héroes de la Marina Mercante caídos en la Guerra de Malvinas. Argentina lo ha distinguido -post mortem- con la condecoración “Al Muerto en Combate” otorgada por el Congreso de la Nación Argentina. Asimismo, un grupo de islotes, tan solitarios y silenciosos como el propio Rafael, ubicados en los 56º 06´06” S, 060º 16´12” W han sido denominados por el Gobierno Argentino “Islotes Luzardo” en reconocimiento a este héroe del mar.

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