29/10/2025

De “dar el salto” a sembrar el gen emprendedor: una agenda para Andalucía
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Los datos lo confirman. En 2024, la tasa de actividad emprendedora (TEA) en España alcanzó el 7,2 %, el mejor dato en años, mientras que la intención de emprender se estancó en el 11,2 %.

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No, no voy a hablar, todavía, de que si la crisis viene, que si el sector inmobiliario va tocando techo, que si la Bolsa está casi llena, etc., todos esos mensajes de profecías autocumplidas, sino más bien hablaré de aquello que ayuda y nos ayudará a que no se cumplan.

Vengo observando cada vez con más claridad un fenómeno que se ha vuelto casi cultural: profesionales cualificados, incluso altos directivos, que deciden abandonar la seguridad del salario para crear su propio proyecto. No es una moda ni un impulso romántico, sino una respuesta racional a un mercado laboral que ya no garantiza progreso lineal. El problema no es que muchos decidan “dar el salto”, sino que como sociedad aún no hemos aprendido a sembrar el gen emprendedor desde edades tempranas. Andalucía tiene una oportunidad histórica para liderar ese cambio.

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Los datos lo confirman. En 2024, la tasa de actividad emprendedora (TEA) en España alcanzó el 7,2 %, el mejor dato en años, mientras que la intención de emprender se estancó en el 11,2 %. Es decir, crece la práctica, pero no el deseo. En paralelo, se constituyeron 117.990 sociedades mercantiles, un 9,1 % más que en 2023, aunque el capital medio suscrito cayó un 17,3 %. Hay más movimiento, pero también proyectos más ligeros, con menos músculo financiero.

Andalucía destaca: en agosto de 2025 se registraron 1.188 nuevas sociedades, un 17,6 % más que el año anterior. Además, el número total de empresas dadas de alta en la Seguridad Social alcanzó las 247.094, un 1,1 % más. Es un tejido que se mueve, aunque aún con fragilidad y gran dependencia del sector servicios.

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El reto no es solo crear más empresas, sino que nazcan más sólidas y sobrevivan más tiempo. El relato mediático suele centrarse en los altos ejecutivos que abandonan sus posiciones (por cuenta ajena) para fundar startups. Es inspirador, pero parcial. El 70 % de quienes emprenden hoy tiene más de 35 años y el 40 % supera los 45. Es decir, el emprendimiento español está envejeciendo. No es un problema —la experiencia suma—, pero sí una alerta: necesitamos ampliar el espectro. Si el emprendimiento se convierte en un lujo reservado a profesionales consolidados, habremos perdido su potencial transformador.

El verdadero salto no debe venir solo desde arriba, sino desde abajo. Desde los colegios, institutos y universidades, donde aún enseñamos a memorizar más que a resolver problemas. Emprender no es una asignatura, es una forma de pensar. Significa asumir responsabilidad, gestionar la incertidumbre y aprender de la ejecución. En Primaria y Secundaria deberíamos enseñar finanzas personales, planificación de proyectos y trabajo cooperativo, emprendimiento en si. En la FP y la universidad, proyectos con clientes reales, facturación simbólica y métricas sencillas de rentabilidad. En los con experiencia, formación en modelos de negocio, marketing y tecnología aplicada a oficios tradicionales.

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De nada sirve fomentar la cultura emprendedora si el sistema financiero y la administración no acompañan. El capital inicial sigue siendo la gran barrera: los bancos exigen garantías personales y los fondos invierten cuando el negocio ya está probado. Andalucía necesita un capital paciente y escalonado, con micro fondos regionales que aporten financiación vinculada a hitos de ventas y no solo a planes teóricos. También sería clave impulsar una red de mentores empresariales y compradores públicos que den la primera oportunidad a las empresas emergentes. La compra pública innovadora puede ser un cliente estratégico para muchas pymes tecnológicas o sostenibles andaluzas.

Otro frente urgente es la supervivencia empresarial. Entre 2007 y 2024, solo el 72 % de las nuevas empresas superó el tercer año de vida. El valle de la muerte, como se conoce al periodo entre el segundo y el tercero, sigue cobrándose demasiadas víctimas. En ese momento, el acceso a liquidez, la gestión de márgenes y la orientación comercial marcan la diferencia. Por eso Andalucía debería promover programas de asesoramiento financiero y comercial que ayuden a las pymes a pivotar, refinanciarse y profesionalizar la gestión antes de cerrar. Fracasar no debería ser un estigma, sino parte del proceso de aprendizaje.

También debemos revalorizar algo que siempre ha sido una fortaleza andaluza: el oficio comercial. Saber vender, negociar y fidelizar al cliente será la ventaja competitiva frente a la automatización. En un mundo donde la inteligencia artificial produce y compara, la empatía, el servicio y la relación humana son el nuevo oro. Formar a jóvenes y adultos en ventas, marketing relacional y uso de CRM es tan importante como enseñarles a programar.

En el plano regulatorio, la reforma de cotización de autónomos por ingresos reales es un paso en la dirección correcta, pero debe venir acompañada de simplificación administrativa. Una ventanilla única autonómica, digital y con plazos garantizados podría marcar la diferencia entre el “quizá algún día” y el “empiezo mañana”. Menos burocracia, más claridad, más acompañamiento.

Todo esto no significa restar valor a los directivos que deciden emprender. Al contrario: su experiencia y sus redes son esenciales. Pero deben actuar como mentores y dinamizadores del ecosistema, no como protagonistas únicos.

La clave no está en celebrar a los héroes individuales, sino en construir densidad empresarial: cientos de proyectos pequeños y medianos, con formación financiera básica, cultura de ventas y acompañamiento real. Un tejido donde aprender, pivotar y colaborar sea lo normal, no lo excepcional.

La Andalucía emprendedora que necesitamos no es la del “yo me lo guiso, yo me lo como”, sino la del “lo hacemos entre todos”. Una comunidad donde los colegios enseñen a pensar, las instituciones confíen, los bancos acompañen y los empresarios compartan experiencia.

Cuando logremos eso, el acto de emprender dejará de ser un salto al vacío para convertirse en un camino natural. Ese será el verdadero cambio cultural: pasar de admirar a los que se lanzan, a formar generaciones enteras que nunca dejaron de hacerlo.

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