Por qué conmemorar la Exposición Iberoamericana de 1929 en 2029.
La conmemoración del centenario de la Exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla invita a repensar una de las transformaciones más profundas que ha vivido la ciudad en la edad contemporánea. Inaugurada el 9 de mayo de 1929 por el rey Alfonso XIII y clausurada en junio de 1930, aquella muestra nació del empeño de una Sevilla que quería dejar atrás siglos de estancamiento económico y abrirse al mundo como puente entre España, Portugal y las repúblicas americanas. Su huella fue mucho más que arquitectónica, aunque la Plaza de España, el Parque de María Luisa y la Plaza de América —con pabellones como el Mudéjar o el Pabellón Real— se convirtieran en su símbolo más perdurable. La Exposición fue el resultado de un largo esfuerzo político y técnico.
El proyecto se gestó desde 1911 bajo la inspiración del alcalde José Cruz Conde y el arquitecto Aníbal González, que diseñó el plan general y los principales pabellones hasta su dimisión en 1926, que fue sustituido por Vicente Traver y Antonio Illanes del Río. El respaldo del gobierno de Miguel Primo de Rivera dio el impulso definitivo, aunque la organización se topó con retrasos financieros, conflictos administrativos y una participación internacional menor de la prevista.
Pese a todo, participaron países como Portugal, Argentina, Cuba, México, Chile o Estados Unidos y la muestra se inauguró en un clima de optimismo que duró poco. En octubre de 1929 estalló el crack de Wall Street y la gran crisis mundial alcanzó a una Exposición que aspiraba a celebrar la prosperidad. Aun así, entre 2,5 y 3 millones de personas visitaron el recinto, una cifra notable para una ciudad que apenas contaba con 300.000 habitantes.
El presupuesto, calculado inicialmente en 130 millones de pesetas, acabó superando los 200 millones, una inversión enorme que generó un endeudamiento significativo pero también una transformación urbana irreversible. La Sevilla de la Expo se dotó de nuevas avenidas, redes eléctricas, saneamientos, un aeropuerto, estaciones modernas y barrios como Heliópolis y El Porvenir.
La ciudad duplicó la capacidad hotelera con la apertura de establecimientos emblemáticos como el Hotel Alfonso XIII y el Hotel Cristina, y se adaptaron casas señoriales y pensiones para acoger a los visitantes y delegaciones diplomáticas. Sevilla se llenó de delegaciones y jefes de Estado, entre ellos el presidente de Portugal, Óscar Carmona, representantes de América Latina y embajadores europeos.
La Exposición fue también una gran feria económica donde las principales firmas españolas mostraron su poder industrial y financiero. Bancos como el Hispano Americano, el Bilbao o el Vizcaya; aseguradoras como La Unión y el Fénix; compañías energéticas como Sevillana de Electricidad o CAMPSA; industrias pesadas como Altos Hornos de Vizcaya; y marcas emblemáticas como Cruzcampo, Ybarra, Carbonell o González Byass participaron en pabellones y exposiciones comerciales. En sus stands se celebraban catas, demostraciones técnicas y actos de representación empresarial. Fue, en cierto modo, la primera gran feria multisectorial de la España moderna, una apuesta por la industria y la imagen corporativa en una época que aún dependía del campo y de los oficios tradicionales.
Aunque el crack del 29 redujo la afluencia internacional y muchas empresas sufrieron los efectos de la recesión, el legado fue inmenso. La Exposición Iberoamericana cambió la fisonomía de Sevilla y su identidad como ciudad cultural, turística y diplomática. Sentó las bases del urbanismo contemporáneo y del modelo de ciudad abierta al mundo que reaparecería con la Exposición Universal de 1992.
Cien años después, su conmemoración en 2029 no debería limitarse a un homenaje nostálgico, sino plantearse como una oportunidad para revisar con mirada crítica qué representó aquella modernidad, las huellas que dejó y cómo puede proyectarse en el futuro. La efeméride invita a recuperar y restaurar el patrimonio, a difundir los archivos, a renovar los lazos con Iberoamérica mediante programas culturales, educativos y científicos.
A favor de la conmemoración están el impulso turístico, la proyección internacional y la recuperación de la memoria colectiva; en contra, el riesgo de convertirla en un simple ejercicio de marketing o en un gasto sin retorno ciudadano. La clave estará en combinar celebración y reflexión, pasado y futuro, memoria y acción.
Si Sevilla supo hace cien años reinventarse como capital iberoamericana de la modernidad, el reto de 2029 es volver a hacerlo con inteligencia, participación y visión de futuro.





